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Maternar y competir, reto estructural

Andrea Martínez de la Vega 

La equidad para las mujeres en los deportes no se limita a sueldos. Es necesario que haya medidas que protejan las carreras e intereses de aquellas que quieren formar una familia y seguir compitiendo. 

¿Cuánto nos importan las maternidades? Si nuestra única guía fueran los ramos de flores y los diversos obsequios que se venden cada 10 de mayo en México, podríamos decir que son fundamentales. Pero este sería un retrato incompleto de las diversas realidades y retos que dan forma a las experiencias de quienes son madres, también en los deportes.

La maternidad, más allá de la felicidad que puede implicar, es también un trabajo. En sentido estricto los cuidados y la crianza son actividades que pueden ser realizadas por hombres o mujeres, pero tienden a ser ellas quienes reciben las mayores cargas. Con datos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares, el proyecto Gatitos contra la Desigualdad calculó que en México las madres dedican 3.6 veces más horas al trabajo de cuidados que los padres. La organización argentina Ecofeminita nos da una explicación concisa: eso que llaman amor es trabajo no pago.

¿Cómo se reflejan estas desigualdades en los deportes? La ley laboral en México protege a las mujeres que se embarazan. Sin embargo, no siempre existe claridad sobre cómo aplica esto a las deportistas. En 2020, un canal de televisión reportó que varias futbolistas mexicanas desconocían qué pasaría si desearan formar una familia, pues en sus contratos no se contemplaba.

Alrededor del mundo, más de una atleta ha señalado que las estructuras deportivas castigan a quienes deciden ser madres. En 2017, la venezolana Rayveliz Hernández fue despedida por su club, el Flor de Patria, al anunciar a su entrenador que estaba embarazada. Cuando en 2018 Serena Williams jugó Roland Garros con un traje poco convencional para ayudar a su salud postparto, fue criticada por el presidente de la Federación Francesa de Tenis.

Por otro lado, Nike ha sido acusada de reducir o detener pagos por patrocinios a múltiples corredoras que interrumpen sus competencias debido a un embarazo. Las fuertes críticas que siguieron a los reclamos por parte de varias atletas llevaron a la marca de ropa a modificar sus contratos de patrocinio en 2019.

Otras instituciones también empujan para hacer la diferencia. En 2020, la FIFA anunció que buscaría crear una base mínima global con relación a la protección de los derechos laborales de las jugadoras y entrenadoras que desearan convertirse en madres. Entre esos estándares se encuentran una licencia por maternidad de 14 semanas con la garantía de una porción del sueldo, así como acompañamiento médico y físico adecuado a quienes se reincorporan después del embarazo. Lo que vale cuestionar acerca de estas medidas es su implementación a nivel clubes.

Uno de los mejores ejemplos de la integración de la maternidad a la práctica deportiva profesional es el de la liga de basquetbol femenil estadounidense (WNBA). En enero del 2020 se firmó un contrato colectivo de trabajo que prevé salarios completos para las jugadoras que estén en periodo de maternidad, un estipendio para cubrir cuidados infantiles y apoyo económico para jugadoras que quieran adoptar, así como opciones de vivienda proporcionada por los clubes en los que haya espacio para infantes.

El contrato de la WNBA sirve de ejemplo porque considera de manera amplia las necesidades que se tienen desde las maternidades en el deporte. Las garantías de respeto al empleo son fundamentales, como lo es el acompañamiento en la reincorporación al alto rendimiento, pero es necesario que clubes y federaciones tomen en cuenta otros factores, como el tiempo dedicado a cuidados y crianza y las diferentes formas en que se puede acceder a la maternidad. El cambio es posible, pero requiere de la organización de las atletas, de la exigencia de las audiencias y del compromiso de federaciones, clubes y patrocinadores.